Cuántas son las muertes que no asisten
al funeral de nuestros fundamentos,
en esta sociedad de cicatrices,
de manos vendadas
y la vista perdida
en la receptación de las miserias.
Cuántas son las muertes que en la vida
transitan en los estercoleros de la ausencia,
zombies demandantes de la sal que crece
contaminada
entre las grietas del asfalto.
Cuántas son las voces conformadas,
las voces despistadas,
en el acúfeno de la sobrevivencia
y cuántas las borracheras que se fraguan
en los soportales de la impotencia.
Y, yo, persisto en creer en luna abierta,
la llave del portal,
en aquel día
en el que las luces de todas las ciudades
podrán amanecer,
sin permiso,
reclamando
ser cascada
de oxígeno
sobre los pulmones del futuro.