Suena una canción de rock,
atardece,
sexo implícito e implícito
de una pareja de motel.
Y nosotros,
ausentes,
adheridos,
a un aliento eventual,
anónimos,
en la alternancia
aleatoria
del disparo silenciado,
el orificio de entrada,
percutido,
sin casquillo ni muesca,
hacia dentro
desde dentro
sin salida.
El hombre se despide,
la amante siempre es complaciente,
por mucho que lloriquee tras el acto,
en un bar de carretera.
Y nosotros,
aterrados,
sin nombre,
sobre el folio en éxodo,
de espaldas,
al laberinto de la vida.
Hay mucho maquillaje
y un cierto aroma a perfume,
los actores conversan,
y nosotros
magullados
por tanta profecía,
por tanto profeta
distraídos..
Vuelve a sonar la misma canción de rock
y yo pregunto
¿Por qué no gritas fuerte,
para verte?
y para verme.