Hay veces que la vida te da un quiebro,
empujándote a un bucle casi agónico,
desencuentros, silencio, desencuentros
más silencio y espera detenida.
Y por más avisado que parezca
ese golpe acallado, amortiguado,
el peldaño se impone
y siempre duele.

Hay veces que la vida te da un quiebro,
empujándote a un bucle casi agónico,
desencuentros, silencio, desencuentros
más silencio y espera detenida.
Y por más avisado que parezca
ese golpe acallado, amortiguado,
el peldaño se impone
y siempre duele.


Tejemos palabras
para evidenciar el caos,
inconscientes
de la insuficiencia del mensaje.
La palabra no es unívoca,
tampoco lo es la simetría,
ni siquiera los símbolos
impiden
ser utilizados torticeramente
por decenas de impostores.
Un árbol, el roble,
inicio de la vida,
pudo justificar el sacrificio para los druidas
y ser emblema de gloría
para un innombrable genocida.
Y para mí,
es un gran árbol,
solo un árbol,
y por ello grande,
pura naturaleza.
La que me dice
cuán humanas y pequeñas son mis manos,
débiles,
no más que sus hojas.
Si hay tejido en esta realidad
inconclusa,
finitamente irreal,
estará muy alejado
de las interpretaciones de los hombres.
Y bendita entropía,
la que despierta
el caos de las vibraciones,
porque si todo estuviese en nuestras manos,
el resultado aún sería más dramático.

As mulleres teñen
o peito canso
e labregan as sombras
para non esquecer
o son das árbores,
as fontes da auga,
a palabra afogada
das bágoas.
As mulleres teñen
o peito canso.
Elas que sosteñen a terra
xunto aos seus homes,
coas súas mans,
que os amaron entre o lume
e ensináronlle esconxuros.
Elas, víronse acaladas,
pola palabra falaz,
a tempa manchada,
acaladas.
As mulleres teñen
o peito canso,
e os seus homes
tamén choran,
e secan as súas bágoas,
nunca deixaron de crer
nas súas deusas.
Eles coñecen
os segredos
das raíces do carballo,
a herba, o orballo,
o verde misterioso
das follas.
Coñecen
que home e a muller
teñen a mesma madeira.

Oscura está la plaza, nadie hay.
Nadie juega a la comba en sus esquinas,
ya no suena el bullicio de sus días,
en sus ensordecidas marquesinas
Oscura está la calle y la salida.
oscura, siempre ha sido y resiliente,
oscuridad de siempre, detenida,
a quedarse en la sombra de mis idas
y regresos a vueltas con la vida.
Oscuridad sobre mi cuerpo ausente
encallado en la piedra de la herida,
oscuridad que reta y que levita
oscuridad, ya sombra, ya batalla
oscuridad, manando, donde halla,
una plaza desierta y apagada
una noche cualquiera ensimismada
y un recuerdo de amor.
Oscuridad de luz,
la nada ausente,
son tus labios el fuego primigenio
la verdad no verdad
y el sueño eterno,
y el despertar sintiendo que te siento,
ese tacto suave de tus manos,
y la palabra omitida de los vientos.

Más de seis mil años,
de los que no llevo cuenta,
un gusano para un santo,
un error de la naturaleza,
la falta de inteligencia,
mientras que la infamia casta
prodiga la misoginia.
Maldita,
siempre maldita.
Más de seis mil años,
siendo la proyección de sus defectos,
la chiva expiatoria de la violencia,
la prostituta lapidada,
la muchacha repudiada,
la biblioteca atacada,
el útero desangrado.
De donde yo provengo
no hay discordia,
y las manzanas forman una isla
para el regocijo de sus héroes.
Creo que ya es hora,
de que muchos expliquen
el mantenimiento de sus dogmas.
Ya es hora
de festejar nuestro regreso,
destapar la tierra sumergida
y lapidada
por un desierto de plumas indolentes.
Ya es hora
de decir
que no soy maldita,
que tus ojos ya me son bastante ajenos
y tu perjuicio se me torna irrelevante.
Te he de decir
que el dolor del parto
me es llevadero
y que no tengo más dominio
que mis caderas.
Y no te sonrojes,
no hay blasfemia
porque no puede blasfemarse
contra la violencia.
Yo soy bendita,
por la naturaleza de las aguas,
y por los vientos de mis senos.
Bendita.
Y también bendito el hombre
que nace de mí,
porque llevará mis genes
toda su existencia.
Y bendito ese hombre
que come de mí,
que se amamanta,
de los ojos del mar
y de la hierba,
aquel que copula con mi nombre
y acaricia mis lamentos.
Bendito todo aquel que aparta
la contaminación de la mirada.
Por cierto, la manzana
es un excelente antioxidante.

El cántaro a la fuente,
ese sendero,
entre el barranco de rocas , los abismos
con su promesa de frutos venideros,
ofreciendo el futuro entre su mesa.
La piedra en el camino,
el cántaro en pedazos,
que se clavan
como cuchillos encendidos
infartando el desacierto.
No hay oráculo,
entre los laureles.
Mis manos ya no se sienten
agitadas,
sobre la cerámica quebrada.
Las musas y las ninfas se entretienen
entre las aguas bulliciosas.
Si tu padre es un río,
es complicado,
no ser cascada en tormento,
correntía,
colapsando la geometría de sus ritmos.
Una voz me detiene
y me responde:
No busques la razón,
donde el dolor asienta
ni en el escenario del invierno.
Búscate entre los diez fragmentos,
de 122 estrellas
cuando cada aurora
muestre sus pétalos
para el regocijo.
de 153 rosas.
Hay una puerta abierta,
tras el laberinto de cometas.
Yo soy quien trae
el cesto de manzanas,
quien grita
que poder parir no es un castigo,
que mis curvas son las fronteras
en las que descansa la luna
y que mis hijos ya comprenden
el secreto de la rosa.
Yo soy quien trae
el cesto con las flechas,
desafiando
la gravedad de los dominios.
Fragmentados los muros,
ya no atienden
las palabras cautivas.