
El cántaro a la fuente,
ese sendero,
entre el barranco de rocas , los abismos
con su promesa de frutos venideros,
ofreciendo el futuro entre su mesa.
La piedra en el camino,
el cántaro en pedazos,
que se clavan
como cuchillos encendidos
infartando el desacierto.
No hay oráculo,
entre los laureles.
Mis manos ya no se sienten
agitadas,
sobre la cerámica quebrada.
Las musas y las ninfas se entretienen
entre las aguas bulliciosas.
Si tu padre es un río,
es complicado,
no ser cascada en tormento,
correntía,
colapsando la geometría de sus ritmos.
Una voz me detiene
y me responde:
No busques la razón,
donde el dolor asienta
ni en el escenario del invierno.
Búscate entre los diez fragmentos,
de 122 estrellas
cuando cada aurora
muestre sus pétalos
para el regocijo.
de 153 rosas.
Hay una puerta abierta,
tras el laberinto de cometas.
Yo soy quien trae
el cesto de manzanas,
quien grita
que poder parir no es un castigo,
que mis curvas son las fronteras
en las que descansa la luna
y que mis hijos ya comprenden
el secreto de la rosa.
Yo soy quien trae
el cesto con las flechas,
desafiando
la gravedad de los dominios.
Fragmentados los muros,
ya no atienden
las palabras cautivas.