
Cuando nos replegamos ante algo negativo, la mente, a veces, convierte nuestras hebras ordenadas en nudos. En ocasiones nosotros mismos somos nuestro peor adversario.
Ahogarse en el propio charco,
y amarrarse las venas,
para gritar hacia dentro,
conteniendo,
la sangre en las arterias.
Siempre es complicado
detenerse,
ante el ir y venir de las olas,
apresarse
en la propia cárcel
mientras la mente
hace su trabajo,
sin herramientas
ni hilo de sutura.
Cuando la mente trabaja
y el corazón se desespera,
ningún lugar es bueno
para esconderse
hasta que escampe la tormenta.