Recorro el pasillo solitario,
la puerta de la alcoba,
tras las escaleras de la conciencia.
El recuerdo huele a lavanda.
La infancia se hace ovillo,
sobre la noche ausente
y vuelven a mí, sus ojos,
las palabras de viejo,
y todos aquellos consejos olvidados.
La ropa blanca oreándose en la hierba,
el tono de la gaita,
las paredes de piedra,
y las ventanas
regaladas al mar.
Todo parecía tan predecible.
Y ahora que me sacude la nostalgia
el recuerdo huele a lavanda,
y ya me voy reconociendo en sus arrugas,
su piel de nácar,
la conversación pausada
y en esa sonrisa de su fotografía
que tanto me gusta.
No tendré suficientes días,
para poder contarte,
las miles de razones
para seguir amándote
Ahora te pido dos segundos. Obseva la fotografía. Recuérdate. Visualiza, Tú, de niño, de niña. Tus sueños, las ilusiones, qué era lo que más te alegraba, lo que temías. Y miráte hacia el futuro, tú de viejo, de vieja, qué te dirías a ti mismo de niño, qué te gustaría contarte que has vivido, has logrado o has sentido. Y ahora, regresa al presente. Creo que ya conoces el camino ¡Buen viaje!