La palabra, en compostura de lo eterno,
va derramando los anillos de los árboles,
para contar los dedos,
que han de señalar las bienvenidas
de savia, en la temprana madrugada,
de las castañas enredadas a tus ojos.
Vieja dama del bosque,
el tiempo es ya testigo,
en crecimiento,
del musgo del invierno
y son tus luces,
templo abierto, nube en grito
sobre la verde cúpula que corona
el altar de hierba, el claro-oscuro,
las que anuncian descendiendo
el retorno de tu brisa.