Cuando los viajes se enredaban en postales
de caligrafía entrelazada,
las o en proyección al infinito,
la jamba de la g
y el verbo sinuoso de saberte
bienhallado al destino.
Cuando nuestras manos medían
los palmos de papel
y en los suelos se pintaban tizas,
yo ya había escrito tu nombre
en un relato de sensaciones.