No gusto rememorarme en épicas,
de batallar en asfalto de emboscadas
trincheras en olvido de las sombras,
las llagas, la crudeza en las entrañas.
Yo no digo que este tránsito sea fácil,
no lo es,
ni que yo misma,
no haya tropezado contra muros,
desangrado mis soles,
o temido haberme ahogado
en los mares de la impotencia.
Sin embargo,
una vez llego a la orilla,
me sacudo las larvas y las flechas
y destierro las cicatrices de mi ropa,
pues mi victoria es seguir mirando
la claridad de todas mis mañanas.
Amo, por convicción,
el suave talante de mi brisa,
la tersura de tus arrugas,
la tibieza de las noches,
la sonrisa de la piel recién duchada
y esa sensación de novedad
en cada instante
de la vida.
Por eso las batallas no las cuento,
porque la única materia contable
entre mis versos
son tus besos,
resguardados,
en el ancantilado de tu risa.