La rugosidad de las caricias,
el tacto pasajero
de una mano altiva,
crujir de dedos en el arriate de las promesas,
de los verbos insatisfechos
y de las flores que nunca poblarán el mediodía.
Porque todo eso no me complace,
prefiero la suavidad de tus arrugas,
la aspereza de tus manos,
y esos ojos, mar batido, mar abierto,
tempestuoso,
sobre el acantilado de mi ropa.