Dice la leyenda artúrica que existen muchos reinos, guardando el grial. Quizá, la verdadera encomienda no es la tutela de ninguna posesión. Contrariamente, lo que ha de custodiarse no es una copa, un plato, o un referente histórico, ni siquiera la memoría de alguien, sino nuestra propia esencia; la fuerza para mantener la claridad en la mirada.
No beberé del agua de la inclemencia,
ni de la ausencia de calor en los pasillos de la espera,
ni de ese ver al otro objeto, al otro perdido, en un yo no soy de esos,
destierro hacia el submundo inanimado.
No me sentaré a la mesa de los sabios
pero compartiré el azúcar de las manos tendidas,
ante los ojos de un niño que voltea las láminas de un dibujo,
en los templos de la selva
No creeré en las palabras de soberbia:
La impaciencia, el fracaso, la histeria, la noche, la sombra, la duda, el deseo, el ansia, la desolación y también el amor son tan humanos,
como los brazos recostados sobre el regazo madre
de todas las tormentas.
Por eso, no quiero salvadores, ni hechiceros ni profetas
quiero manos frágiles, ardientes, emotivas,
manos coronadas,
en el Outeiro Rei de todas nuestras vidas